“… Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno… Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe… Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo…” (Pablo Neruda – seguir leyendo aquí)
Fotos tomadas en el Parque Nacional Puyuehue, alrededor de Aguas Calientes.
Resulta curioso que, más de 150 años después, esa misma cultura alemana-austriaca que colonizó estas tierras y se empecinó en talar y quemar los bosques para establecer pastizales para la ganadería, se afane de proteger a la naturaleza, muy a la europea, creando una reserva nacional tras otra – tanto así que, según me han contado, el sur de Chile mantiene la segunda parte más grande de bosques primarios en el mundo. Desde luego, esos bosques cubren las zonas montañosas, donde la gandaría es imposible. Más aun siendo el suelo en su mayoría de origen basáltico – lava petrificada de erupciones pasadas de los volcanes que dominan con sus conos perfectos y cubiertos de nieve este salvaje paisaje. Los bosques consisten de especies siempre verdes con hojas coráceas y relucientes, como pulidas con cera, para que la lluvia resbale. Hay árboles gigantescos de varios miles de años, cubiertos con musgos, helechos, líquenes y hongos como con una piel de algún animal. Y entre los árboles gigantes la maraña impenetrable del sotobosque, principalmente una delgada especie de bambú que crece entretejiéndose con los demás arbustos y trepadoras. Es siempre húmedo en estos bosques, el suelo siempre empapado – y el olor es delicioso, fuerte, balsámico, acre…, Neruda acaba diciendo que quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta…
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