«En el principio Pachacámac crio un hombre y una mujer. Todo era eriazo, la lumbre del sol secaba los campos y parecía que la vida se extinguía. Murió el hombre y quedó sola la mujer. Un día ella salió a buscar raíces entre las espinas para poderse sustentar, alzó los ojos al Sol y, entre quejas y lágrimas, le dijo así: -Amado creador de todas las cosas, ¿para qué me sacaste a la luz del mundo? ¿Para matarme de hambre? ¿Por qué si nos criaste nos consumes? Y si tú repartes la vida y la luz en toda la extensión ¿por qué me niegas el sustento? ¿Por qué no te compadeces de los afligidos y de los desdichados? Permite, OH padre, que el cielo me mate de una vez con su rayo o la tierra me trague.
Entonces el sol bajó risueño. La saludó amable. Condolido de sus lágrimas oyó sus quejas. Le dijo palabras amorosas. Le pidió que depusiera el miedo y esperase días mejores. Le mandó que continuase sacando raíces. Cuando estaba ocupada en esto, le infundió sus rayos y ella concibió un hijo que al poco tiempo nació. El dios Pachacámac, indignado de la intervención del Sol y sobre todo no se le diera la adoración que se le debía a él, miró con odio al recién nacido. Sin atender a las clemencias y gritos desesperados de la madre, que pedía socorros al Sol, lo mató despedazándolo en menudas partes.
Pachacámac, para que nadie se quejase de que no había alimentos y se volviese a pedir ayuda al Sol, sembró los dientes del difunto y nació el maíz; sembró las costillas y los huesos y nacieron las yucas. De la carne nacieron los pepinos, pacaes y demás frutos de los árboles. Desde entonces no hubo hambre ni necesidad alguna. Al dios Pachacámac se le debió la fertilidad de la tierra, el sustento y los dulces frutos. Sin embargo, a la madre no la aplacó ni consoló la abundancia. Cada fruta era un testigo de su agravio y, cada día, le recordaba a su hijo. Clamó, pues, al Sol y pidió castigo o remedio a sus desdichas. Bajó el sol, conmovido, hacia la mujer y le preguntó dónde estaba la vid que había surgido del ombligo del hijo difunto. Al mostrársele, le dio vida, crio otro hijo y se lo entregó diciéndole que lo envolviera. Le dijo que su nombre era Vichama. El niño creció hermosísimo, bello y gallardo mancebo. A imitación de su padre quiso dar vueltas por el mundo y ver lo criado en él. »
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