El domingo hice una caminata desde Pachacámac hasta Cieneguilla. Bajé de la combi en la plaza del pueblo, salí por los descampados con inicios de urbanización y ruinas modernas como mudos testigos de intentos de urbanización fracasados, y caminé a lo largo de la Av. Reusche, enmarcada por los altísimos y gruesísimos y larguísimos muros de las mansiones de los ricachones en las que nunca he de entrar, siempre cuesta arriba hasta Jatosisa, donde se vislumbran ya los característicos cerros, a estas alturas del año cubiertos con una incipiente pelusa verde, o mejor dicho, con la anticipación de aquella pelusa verde que ha de hacerse densa en agosto y setiembre. El aire es húmedo y frío y está cargado de olores del campo, mezclado con el de humo y eucalipto. Y me doy cuenta de cuánto había extrañado este paisaje que me parece muy, muy antiguo y como de otro mundo, más aún en esta época del año, bajo la neblina gris oscuro, que se va deshaciendo en garúa que satura de humedad la tierra hasta volverla barro. Un barro cremoso, color ocre. El paisaje entero está salpicado de ese barro ocre. Y todo, como decía, bajo esta gruesa neblina gris. Y en esta atmósfera casi lúgubre resaltan las manchas verdes de los nuevos cultivos, de un verde tierno e intenso a la vez…
Gran parte del recorrido me llevó a lo largo de la sinuosa acequia que recorre a media altura las faldas de los cerros pelados y que está bordeada de pacaes, uno que otro eucalipto o acacia y pequeñas junglas de caña brava, desde donde se tiene la vista a todo el valle, por ratos románticamente enmarcada por las ramas y hojas de un árbol. Todavía este paisaje es dominantemente rural. Aunque aquí y allá uno se topa con altísimos muros y gigantescos portones, cuamdo no con terrenos cercados con alambre de púa y carteles que dicen ‘Propiedad Privada’ y ‘Hay orden de disparar’. (Esa manía de levantar muros y atrincherarse en una fortaleza, que se ve en todas partes.) Alguna vez la Municipalidad ha diseñado un recorrido turístico y panorámico a lo largo de la acequia. Por ejemplo se encuentran en cada lugar llamado ‘de interés’, como los sitios arqueológicos, que abundan aquí, una placa metálica con un texto pedagógico sobre su significado e historia, siempre acompañado de una avecilla caricaturesca, que al parecer representa un turtupilín. También se han instalado una increíble cantidad de tachos. Demasiados, por no decir excesivos, me parece, para una ruta en la que no transita nadie, salvo muy ocasionalmente. En toda la caminata a lo largo de la acequia me encontré con solamente dos personas. Uno fue un muchacho encapuchado que pasó de largo a grandes y rápidos pasos, la mirada siempre clavada al suelo. Tampoco la levantó al pasarme y apenas respondió mi saludo. (Un poco más allá lo encontraría de nuevo, sentado en un banco en un mirador, en un punto prominente del cerro. Vi que estaba perturbado, luchando con las lágrimas. Le pregunté qué le pasaba, pero no quiso hablar. Le regalé un chocolate y le dije que era bueno para el corazón.) Y el otro encuentro fue con un agricultor que venía del lado opuesto. Un hombre delgado ya de edad pero con todavía excelente físico. Me contó que tenía una chacra donde cultivaba maíz, camote y yuca. Que también había plantado berenjenas, pero que el precio se había caído y prefería que se las comieran los chivos. Él mismo no sabía comer berenjena. Ni su esposa. Qué curioso! Me dijo que si me gustaban las berenjenas que podía llevarme todas las que quería y me describió el camino a su chacra (antes de las ruinas, donde había amarrado un caballito). Cuando ya nos habíamos despedido y cada uno se disponía a seguir su camino, se volteó de nuevo y me dijo su nombre, un nombre japonés… La caminata finalmente se me hizo larga. A menudo me salía del camino. Caminé hasta que las suelas se desprendieron de mis zapatillas y tuve que amarrarlas con los pasadores! Llegar al puente Manchay fue un alivio…
Con esta selección de fotos no he querido -por una vez- ilustrar los impactos y desaciertos de la avanzada urbanística en un paisaje rural, sino más bien recrear ese paisaje subjetivo-mitológico en un ámbito fuera del alcance de la ciudad, que todavía se encuentra aquí, y que está sólo a la vuelta de la esquina…
Fotos tomadas con mi celular
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«Todo es difuso aquí, salvo la pasión y la velocidad que me arrojan a este viaje.» ~ Rodrigo Fresán
Como con todo, me he demorado en tener un teléfono celular (o móvil, como dicen en España). Es decir, recién hace aproximadamente 3 años que me resigné a comprar uno, porque me lo exigieron para un trabajo. En aquella oportunidad me compré el aparato más barato, de fabricación china, que tenía a penas unas cuantas funciones básicas y no tenía cámara. Me duró hasta hace unos meses, cuando, paseando por la playa, me sorprendió una ola y me mojó toda y chau celular chino. El siguiente aparato que me compré (pues sí, ya no funciono sin celular), fue uno un poco más sofisticado: un clásico Samsung, que viene implementado con una camarita de poca monta, con lente de plástico y todo, pero que yo veo súper chic al lado de todos los putos Smartphones. Quién sabe si algún día tendré un iphone, como cualquier persona cool. Me consuelo viendo videítos como este, o leyendo artículos que predicen el fin de la era iphone (es decir, aun si consiguiera hoy mismo un iphone, llegaría una vez más demasiado tarde para ser realmente cool).
Por mientras, exploro ávidamente los límites de la camarita de mi teléfono Samsung, que tiene como tamaño máximo de fotos 640 píxeles, y es, por donde se la mire, una cámara del todo trashy. Los resultados están realmente en el límite, y no obstante me conmueven. Son imágenes borrosas y difusas y extrañas, como de un mundo paralelo y nada realista, mucho más semejantes a la ilusoria materia de la que están hechos los sueños y los recuerdos. Tomo estas imágenes sobre el pucho, casi a ciegas y a puro pulso, en mis caminatas y recorridos por la inacabable ciudad (y sin ningún efecto o filtro adicional, los cuales el Samsung, por lo demás, carece casi del todo.) Pues, como dice Javier Castañeda, periodista, experto en sociedad de la información, blogger y fotógrafo:
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«También tengo cámara compacta y la uso mucho. Pero para mí hay dos diferencias: inmediatez y discreción. El móvil te permite hacer unas fotos de menor calidad, pero tiene algo instintivo: ves algo que te gusta, enfocas y lo capturas. Sin pensar mucho la foto, ni tener que hacer grandes preparativos. La cámara no la llevas siempre, el móvil sí. Eso es una gran ventaja…»
Por otro lado (el lado serio del quehacer fotográfico), Stephen Mayes, director de la VII Photo Agency, dice en una entrevista para Wired en la que habla sobre el imparable avance de la fotografía producida con teléfonos móviles:
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» La manera en la que nos relacionamos con las imágenes está cambiando. Nuestra nueva relación tiene menos que ver con la de testimonio, evidencia y documento y mucho más con la experiencia, compartiendo el momento y el streaming (The cellphone image exists as part of a streaming process). El teléfono celular es un presagio de algo inmensamente significante …
… Hay la creencia de que la fotografía debiera ser auto-conciente y de trabajo duro. La fotografía de celular no se percibe como un proceso lo suficientemente sólido … There’s a belief that photography should be self-conscious and about hard work. Cellphone photography is not perceived as a solid enough process … »
El asunto es que la fotografía es un reto constante y me parece tonto querer aferrarse a una técnica o filosofía. No es el medio que importa, sino el espíritu curioso y explorador.
(La serie ‘Viaje incierto’ es parte de un libro en progreso con el título ‘La imagen incierta’.)
Sobre la historia del teléfono con cámara ver aquí.
Estaba regando el jardín, cuando vi las hormigas – miles de miles – entrando y saliendo de una hendidura en la vereda como de una vagina, omanipadmehumeando a lo largo del muro del jardín, en ambas direcciones y aún hacia el cielo, sin chocar casi entre sí, sin causar ningún atasco, siguiendo un orden misterioso e impredecible que nunca podría ser expresado por ninguna fórmula matemática, como la corriente de un río … diablos sí, como el incontenible río de la vida.
«En el principio Pachacámac crio un hombre y una mujer. Todo era eriazo, la lumbre del sol secaba los campos y parecía que la vida se extinguía. Murió el hombre y quedó sola la mujer. Un día ella salió a buscar raíces entre las espinas para poderse sustentar, alzó los ojos al Sol y, entre quejas y lágrimas, le dijo así: -Amado creador de todas las cosas, ¿para qué me sacaste a la luz del mundo? ¿Para matarme de hambre? ¿Por qué si nos criaste nos consumes? Y si tú repartes la vida y la luz en toda la extensión ¿por qué me niegas el sustento? ¿Por qué no te compadeces de los afligidos y de los desdichados? Permite, OH padre, que el cielo me mate de una vez con su rayo o la tierra me trague.
Entonces el sol bajó risueño. La saludó amable. Condolido de sus lágrimas oyó sus quejas. Le dijo palabras amorosas. Le pidió que depusiera el miedo y esperase días mejores. Le mandó que continuase sacando raíces. Cuando estaba ocupada en esto, le infundió sus rayos y ella concibió un hijo que al poco tiempo nació. El dios Pachacámac, indignado de la intervención del Sol y sobre todo no se le diera la adoración que se le debía a él, miró con odio al recién nacido. Sin atender a las clemencias y gritos desesperados de la madre, que pedía socorros al Sol, lo mató despedazándolo en menudas partes.
Pachacámac, para que nadie se quejase de que no había alimentos y se volviese a pedir ayuda al Sol, sembró los dientes del difunto y nació el maíz; sembró las costillas y los huesos y nacieron las yucas. De la carne nacieron los pepinos, pacaes y demás frutos de los árboles. Desde entonces no hubo hambre ni necesidad alguna. Al dios Pachacámac se le debió la fertilidad de la tierra, el sustento y los dulces frutos. Sin embargo, a la madre no la aplacó ni consoló la abundancia. Cada fruta era un testigo de su agravio y, cada día, le recordaba a su hijo. Clamó, pues, al Sol y pidió castigo o remedio a sus desdichas. Bajó el sol, conmovido, hacia la mujer y le preguntó dónde estaba la vid que había surgido del ombligo del hijo difunto. Al mostrársele, le dio vida, crio otro hijo y se lo entregó diciéndole que lo envolviera. Le dijo que su nombre era Vichama. El niño creció hermosísimo, bello y gallardo mancebo. A imitación de su padre quiso dar vueltas por el mundo y ver lo criado en él. »
…
(Seguir leyendo aquí.)
Las fotos y los textos de la reciente exposición en el Palacio Municipal de Miraflores se puede ver aquí.
Voz interior
Pablo Neruda decía -con admiración- que los peruanos tenían una frase maravillosa y poética para llamarse el uno al otro … ¡Pásame la voz!
La voz tiene una sola forma de pasarse: hablando. Y cuando uno pierde la posibilidad de hablar sigue teniendo la necesidad de comunicarse. Vivimos aferrados a nuestros sentidos, muchas veces dentro de una nube de indiferencia. No lo apreciamos hasta no tenerlos. Apenas nos encontramos privados de alguno de ellos se desequilibra totalmente nuestra existencia. La lucha es tan esencial: mirar, escuchar, oler y hablar.
Claudia Luthi me pasó la voz.
Ella no es ajena al cáncer de laringe. Claudia habla con propiedad y experiencia y no deja de tener la valentía de ser una sobreviviente. Lleva las huellas sobre su piel y dentro de su corazón, en ése mismo corazón donde nace la generosidad y la preocupación por los demás. Ella se preocupa por la reconstrucción de las vidas de otros pacientes que afrontaron el mismo dilema. Pudo conservar su voz, fue más afortunada, y a través de ella hablan sus imágenes. Sus ojos y el lente de su cámara fotográfica registran con realidad y poesía los retratos de un grupo de laringectomizados. Cada persona es única y vive su realidad. Claudia los visita y los capta dentro de su entorno habitual en una estupenda serie fotográfica de rostros e historias personales que subrayan el poder de superación.
Los pacientes, la doctora, las voluntarias y la fotógrafa … unidos por una misma causa. Es un honor unirme a ellos. Pasemos la voz.
Anamaría McCarthy
Lima, 2012
He tenido la tremenda suerte, no solamente de conocer a Alexis Gerard, amigo cibernético de largos años con el que he compartido tantas fotos y experiencias online, sino de recorrer con él el mismo trayecto que recorrí a comienzos del 2011, cuando tomaba fotos para la exposición colectiva SOUVENIRS – curada por nuestro entrañable amigo mutuo, Llorenç Rosanes – en la que participamos los dos.
A manera de colofón, copio aquí parte de lo que le escribí a Llorenç acerca de esta excursión fuera del espacio y del tiempo:
Estamos en invierno, el cielo permanentemente encapotado con un capa de neblina gris uniforme, la típica luz lechosa a la que estamos tan acostumbrados los limeños. Alexis dijo que lo raro de esa luz era que parecía estar repartida por igual en todas partes, como si la capa de neblina estuviera toda iluminada por dentro – en contraste a los demás lugares del mundo, donde la luz viene claramente de un foco (el sol) que va desplazándose a lo largo del día. Muy interesante su observación, como todas sus observaciones. Qué comedido es, ni un atisbo de histeria o ansiedad. Con todo lo que ha vivido, es un hombre absolutamente maduro que no se anda con cojudeces. A su lado yo parecía una coneja extática y parlanchina, siempre inquieta y andando en zig-zág, como táctica disuasiva, ja ja ja… Bueno, nos dejamos llevar por un taxista por la autopista del sur y ya parando en una gasolinera a la salida de Limas encontramos nuestro primer pequeño paraíso de fotógrafos raros. Finalmente nos dejamos desembarcar más o menos a la altura del kilómetro 47 en el medio de los arenales y caminamos hacia el mar. Cruzando la antigua Panamericana, donde empiezan estas ciudadelas y delirios urbanísticos entre el desierto y el mar, todo siempre a medio abandonar o a medio acabar, uno nunca lo sabe, hasta Sta. Rosa. Y de allí a lo largo de aquel inmenso playón, donde está prohibido bañarse porque el mar es muy, muy bravo y traicionero, hasta Punta Negra. Aquí fuimos al Club Nauta que estaba casi vacío y nos sentamos al costado de una piscina que lucía un espejo de agua irrisoriamente azul y que hizo palpitar el corazoncito del Maestro Alexis, y nos tomamos unas chelas y comimos pulpo a la chorrillana y luego seguimos, siempre hacia el norte y a lo largo de la orilla hacia Punta Rocas. Pero antes fui sorprendida por una ola que me dejó totalmente chorreando y solo con las justas salvé mi cámara al alzarla por encima. Y así, mojada y todo seguimos camino, yo tomando fotos como una loca y Alexis puro ojos, quedándose parado y maravillado a cada instante. Por cada foto que él tomaba, yo tomaba 20 o 30, ja ja ja. En Punta Hermosa almorzamos junto al mar movido donde nunca faltan los surfers y nos deleitamos con cebiches y mariscos y chupes y wantanes rellenos de pulpa de cangrejo y más chelas y mucha canchita. Para cerrar el día con broche de oro, lo llevé a un café de esos alternativos donde hacen pasteles como las abuelas, y nos tomamos un café y comimos nuestros pasteles al borde de una nueva urbanización que estaba recién un poco más que trazada en las arenas del desierto, aunque grandes letreros ya anunciaban a los futuros edificios de ensueño, con nombres irrisorios como ‘Blue Paradise’. Fue maravilloso poder compartir estos placeres de caminar y pasear nuestros ojos de fotógrafos por estos sitios tan raros y como fuera del tiempo. Y así sentimos ambos aquella excursión, como un paréntesis (de luz lechosa) en la historia…
Hace años de años que no iba a Huanchaco. Había escuchado de la degradación y erosión de las playas de Trujillo, debido a la construcción de un muelle en Pto. Salaverry, por lo que éstas habían sido declaradas en emergencia. Pero lo que encontré superó la imaginación. La vasta playa de arena que caracterizaba el balneario había prácticamente desaparecido, y el mar había invadido la zona de los totorales que lucían como después de un huracán, llenos de basura. Estuve dos días en shock. Luego fui nuevamente presa de la poderosa atracción que siempre había ejercitado sobre mí el mar de Huanchaco.
En Huanchaco, el mar es infinito, omnipotente y omnipresente como Dios todopoderoso. El paisaje entero está saturado, impregnado, empapado por lo marino, la sal y la humedad y el olor a pescado y algas y conchas. Y no hay placer más grande, mas vivificante y excitante que caminar y caminar y caminar a lo largo de la interminable playa (que un par de kilómetros más al norte vuelve a su aspecto de siempre) y perderse en la inmensidad del paisaje, donde cielo, mar y tierra se fusionan en el horizonte y en la bruma, y se pierde la vista el lugar de donde uno viene y a donde uno va. Sólo hay este caminar en el presente inmediato, este todo envolvente bramido del mar y el viento que forma las olas y empuja las nubes y peina la espuma y el pelo y llena el corazón con una alegría salvaje.
Desde luego, el pueblo sigue siendo agradable, a pesar de las muchas nuevas construcciones en las afueras. Y aún después de tantos años, sigo encontrándome por sus calles con los amigos de siempre, los felices amigos que tienen la suerte de vivir en este lugar de tan mágica y poderosa atracción.
(Estas fotos fueron tomadas en octubre del año pasado.)
Para los habitantes de la megaciudad Lima, el invierno puede ser verdaderamente deprimente. No es ni fu ni fa, ni negro ni blanco. Es simplemente gris. Gris de pe a pa. Una grisura envolvente y oprimente, corrosiva como la humedad que contiene, y que cala muros, fierros y huesos.
Pero basta con salir de Lima por la Panamericana Norte un día de agosto o setiembre (durante un invierno como el de este año, con registros de altísima concentración de humedad), para quedar sin más mudo y sin razones para quejarse. El milagro de las «lomas» a partir de Ancón habla por sí solo. Cuando esa constante y gruesa capa de neblina que sale del Océano Pacífico humedece profundamente las cimas de las lomas y los arenales costeros y el desierto se viste de verde. De un verde a la vez tierno e intenso. Tan intenso que el ojo, acostumbrado al gris marrón, empieza a delirar. Y aún siento que mi cámara tampoco sabe muy bien qué hacer con tanto verde. Cualquier cosa ajena a esa jungla rastrera resalta fenomenalmente. Hay una luz de «fuera de este mundo».
Cuando éramos niños, mi papá solía llevarnos a las Lomas de Lachay. Era muchísimo más árido que hoy en día. Seguramente tiene que ver mucho con que hoy Lachay es un área protegida y ya no se permite el pastoreo y otros tipos de depredación. Y tengo que decir que está muy bien pensado y gestionado. Aunque, claro, me pongo un poco melancólica al recordar que cuando iba de niña, éramos los únicos en el vasto paisaje de neblina y nadie nos impedía treparnos por esas rocas bizarras y meternos en cuevas y explorar toda la zona libremente. Hoy, hay dos recorridos para los visitantes, debidamente cercados y señalizados. No sé por qué, pero por ratos me sentía como en algún lugar montañoso de la lejana China…
Con las siguientes fotos quiero transmitir esta experiencia de salir de Lima y llegar a las Lomas de Lachay.
Paisaje aplastante, violenta geomorfología, belleza sin nombre. Las palabras quedan cortas, cuando no impedidas en medio de la estupefacción…
Lo que puedo es contar una pequeña pero significativa anécdota que sucedió en el viaje de vuelta, precisamente por estos parajes de altura, pasando el túnel. El problema de viajar en bus por los caminos del Perú es que siempre tengo ganas de orinar – ganas que se convierten en urgencias, hasta que ya no aguanto más y le ruego al chofer que pare un ratito. Los choferes, muy machos, normalmente dicen, ya, ya, ahorita llegamos. Pero, claro, falta mucho todavía… En el viaje de vuelta, sin embargo, tuve la suerte de que el chofer mismo tuviera que orinar y detuviera el bus a orillas de una laguna en la que se reflejaba un nevado navegando en un cielo bárbaramente azul. Aproveché el pánico, me bajé rápidamente, pidiéndole de volada al copiloto que no se vayan sin mi, por favor, y desaparecí detrás de una roca donde oriné largamente con vista a este maravilloso paisaje. Entre tanto, el chofer pisaba impacientemente el gas. Regresé al bus casi sin aliento.»Qué impresionante paisaje», exclamé sobrecogida. El copiloto me miró extrañado. «¡Sí, pero no sirve para nada!», dijo, escupiendo cada palabra. Y pude ver que estaba lleno de rabia.
Dejo abierta la interpretación…
Rompiendo por una vez la norma de no postear temas personales, vayan aquí estas fotos de mi estadía de 7 días en la Clínica Ricardo Palma, donde fui operada el 14 de octubre del año pasado de un tumor maligno en la lengua, la cual fue simultáneamente reconstruida con un colgajo de un músculo con arteria y tendón extraído de mi brazo izquierdo. La asombrosa operación duró más de 9 horas. En los siguientes días no podía hablar y me tuvieron que alimentar por un tubo a través de la nariz. Tenía la lengua tan hinchada que a penas podía emitir unos sonidos guturales. Era como si tuviera un pedazo de carne cruda en la boca. Y babeaba constantemente. No era gracioso. La cámara fotográfica (una Leica compacta), en estas circunstancias, resultó un verdadero paliativo, por no decir, que le dio sentido a esta situación tan difícil y, por ratos, desesperante. Aparte, claro está, de la buena atención de médicos y enfermeras, así como las visitas y el cariño de amigos y familiares que hicieron que los días y noches confinados al hospital pasaran más llevaderamente. El último día, cuando me quitaron el tubo y me sirvieron mi primer desayuno de verdad fue un día de fiesta. Ahora, 4 meses después y casi 100% recuperada, todo eso queda atrás como un mal, aunque, a todas luces exótico sueño.
La Costa Verde ha estado durante decenios a merced ya de la indiferencia, ya de la codicia y del desacierto en todo sentido de los alcaldes de turno de los respectivos distritos – especialmente de Barranco y Chorrillos, que permitieron las construcciones monstruosas de clubes y restaurantes y piletas y complejos delirantes. Esperemos que con la nueva gestión municipal de Lima se realice de una vez esa anhelado plan de recuperación de la Costa Verde y la bahía de Lima en su conjunto.
Una pequeña anécdota: a un costado, entre la escuela de salvavidas de la PNP y unos horrendos cubos de acero y vidrio que, se supone, serán futuras discotecas, se amontona una docena de carcochas de autos y rocha buses de la policía – un escenario que, huelga decirlo, se presentó como una verdadera comidilla al lente de la coneja. Aunque claro, no tardó en venir corriendo un tombo para decirme que estaba prohibido tomar fotos y que tenga la bondad de borrarlas. Le dije que, con todo respeto, pero que yo estaba en vía pública fotografiando lo que estaba a la vista del mundo entero. El policía, que no pudo darme la razón, contestó que de todas maneras tenía que proceder con borrar las fotos, pues podrían traer consecuencias… Hice como si borrara las fotos y me despedí alegremente. Desde entonces, la frase «podría traer consecuencias» se ha convertido en una frase alada para cualquier situación polémica…
Lo que probablemente para la mayoría de viajeros supone una contrariedad o molestia, resultó para mí un gran placer: tener que esperar 7 horas en el aeropuerto de Santiago. Más aún gracias a la compañía de Guy, un galés cuyo vuelo de conexión salía aproximadamente a la misma hora que el mío. Con decirles que mi compañero provisional simplemente salió de frente del terminal rumbo a la vasta tierra de nadie que se abría en las afueras del aeropuerto y caminó y caminó, sin parar y sin mirar atrás, trepando vallas y saltando zanjas y burlándose de toda medida de seguridad…
No perdí tiempo en evaluar si la ‘concha’ del hombre obedecía a su valentía o a su insensatez – y fui tras él con creciente emoción, pues me hallé (o perdí) súbitamente en un terreno infinito e indefinible, que no dudo en llamar el no lugar por excelencia… El resto que lo cuenten las imágenes…
P.S. Cabe decir que no fuimos ni una sola vez interceptados o detenidos, ni por policías (que parecían no existir), ni por algún improbable transeúnte. Cosa sorprendente, cuando se está acostumbrado a la paranoia exasperante que reina en Lima, donde nos hubieran, sin duda, detenido mil veces…
Enlaces:
Los no lugares – Espacios del anonimato, de Marc Augé, quien acuñó el término de ‘no lugar’, en los que incluye a los aeropuertos, autopistas, etc.
Llorenç Rosanes, amigo entrañable e inspiración creciente
«… Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno… Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe… Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo…» (Pablo Neruda – seguir leyendo aquí)
Fotos tomadas en el Parque Nacional Puyuehue, alrededor de Aguas Calientes.
Resulta curioso que, más de 150 años después, esa misma cultura alemana-austriaca que colonizó estas tierras y se empecinó en talar y quemar los bosques para establecer pastizales para la ganadería, se afane de proteger a la naturaleza, muy a la europea, creando una reserva nacional tras otra – tanto así que, según me han contado, el sur de Chile mantiene la segunda parte más grande de bosques primarios en el mundo. Desde luego, esos bosques cubren las zonas montañosas, donde la gandaría es imposible. Más aun siendo el suelo en su mayoría de origen basáltico – lava petrificada de erupciones pasadas de los volcanes que dominan con sus conos perfectos y cubiertos de nieve este salvaje paisaje. Los bosques consisten de especies siempre verdes con hojas coráceas y relucientes, como pulidas con cera, para que la lluvia resbale. Hay árboles gigantescos de varios miles de años, cubiertos con musgos, helechos, líquenes y hongos como con una piel de algún animal. Y entre los árboles gigantes la maraña impenetrable del sotobosque, principalmente una delgada especie de bambú que crece entretejiéndose con los demás arbustos y trepadoras. Es siempre húmedo en estos bosques, el suelo siempre empapado – y el olor es delicioso, fuerte, balsámico, acre…, Neruda acaba diciendo que quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta…
Enlace: Chilebosque
(has clic en las fotos para agrandarlas)
LLegar al Fundo Paso de Botella es como retroceder 100 años. Se llama así porque se entra desde la atopista a Puerto Montt, -cruzando una via férrea en desuso – por una angosta via sin asfaltar y sin iluminación a través de un bosque de altos eucaliptos que emanan un olor fuerte y balsámico – más aún de noche – como en gesto de bienvenida a un mundo lejos del mundanal ruido – para desembocar finalmente en las vastas praderas bajo la bóveda sin fin del cielo. Cientos de treiles – como llaman aquí a los queltehues – alzan vuelo lanzando sus característicos trinos agudos. Una liebre desprevenida huye en zigzag en la luz de los faros encendidos, hasta que encuentra un hueco en el negro cerco de zarzamoras. Aparecen las siluetas de un par de gigantescos árboles contra el cielo nocturno y detrás, las ventanas iluminadas de la casa, y cuatro perros ladrando de alegría: Fips, Cala, Ona y Punto – cada uno un personaje.
Al entrar en la casa me asalta otro olor, extrañamente familiar, a papas sancochadas, leche, humo y calor de vacas, que me trae inmediatamente a la memoria la granja de mi primo en Berna, Suiza. En la cocina está la abuela – Oma – como le dicen todos, y Chave, la criada de siempre que es ya parte de la familia. La cocina a leña de fierro macizo traída desde algún valle perdido en Austria y en el tiempo irradia un calor acogedor. En el comedor un fuego arde en la estufa y la mesa está tendida con vajilla de abuelita. En la sala cuelga la cornamenta de un ciervo del techo. Todas las paredes y cómodas y estantes están repletos de cuadros y recuerdos. Crujen los pisos y peldaños de madera. Los baños son amplios, con tinas de antaño. Los dormitorios pequeños, con vista a las copas de los árboles…
Los Hechenleitner se dedican a la crianza de ganado. Es un placer peculiar, yo diría, un ejercicio de libertad, caminar con los perros o montar a caballo a través de los vastos pastizales verdísimos y siempre húmedos bajo el cielo inmenso y cambiante, con los dedos del viento en el cabello, ahuyentando treiles y bandurrias – una especie de grandes ibis – que oscurecen bulliciosamente el cielo, y el perfecto cono del Volcán Osorno por delante, trepando cercos y saltando por encima de las zanjas de drenaje, hasta llegar a las franjas boscosas y llenarme la panza con zarzamoras…
Y qué delicia volver a la casa, quitarse los zapatos empapados y calentar los pies en la estufa y aceptar gustosa los kuchen recién horneados que ofrece Oma, con un café con leche caliente, y conversar sobre los viejos tiempos…
A raíz de una invitación como fotógrafa oficial de la boda de un amigo muy querido, llegué a viajar al sur de Chile, a la X Región de los Lagos, más precisamente a Frutillar – pueblo de origen de la novia, hija de un descendiente de colonos alemanes y austriacos y una chilena del norte.
Frutillar (de frutilla, como llaman los chilenos a la fresa) está en la orilla occidental del Lago Llanquihue, el segundo lago más grande de Chile – con el cono perfecto y siempre cubierto de nieve del Volcán Osorno que domina el horizonte opuesto, en medio de campos y pastizales impecables y fragmentos de bosques siempre verdes que podría considerarse el paisaje arquetípico del Distrito de los Lagos.
Cuando el Lago Llanquihue fue ‘redescubierto’ en 1842 por Bernardo Philippi – un científico alemán y agente de la colonización alemana – tupidos y muy antiguos bosques de alerce cubrían la orilla alrededor de todo el lago.
Entre 1852 y 1856, los colonos talaron y quemaron los bosques, con la obstinada persistencia germánica que, me imagino, caracterizaba a aquellos hombres y mujeres que venían huyendo de las consecuencias de la Revolución Alemana de 1948-1949, y que se dedicaron a exportar madera e importar provisiones de un lado a otro del lago, mientras iban fundando pueblos y ciudades como Puerto Varas, Puerto Octay, Llanquihue y Frutillar alrededor de los embarcaderos estratégicamente situados. (Ver enlaces al final de este post)
Hoy, la arquitectura de estos pueblos sigue reflejando las raíces alemano-austriacas de sus fundadores, siendo Frutillar el más clásico de los asentamientos en el lago. Las casas están todas hechas de madera con techos de dos aguas y recubiertas con Schindeln (láminas de madera), algunas hasta construidas sobre estacas, a la manera de palafitos, pues en esta zona llueve muchísimo – todo lo cual me hizo recordar, desde luego, el caso de Oxapampa y Pozuzo en el Perú.
El pueblo se divide en Frutillar Alto y Frutillar Bajo. Frutillar Bajo, a orillas del lago, es el sector ficho, por decirlo de algún modo, lugar de gran atracción turística, con sus casas y jardines bien acicalados y cuidaditos. Mientras que la parte alta que fue originalmente la estación y el depósito del ferrocarril, luce más como un pueblo del lejano oeste, un tanto venido a menos y dado al abandono y que, por ello mismo, atrajo desde el principio e irremediablemente el lente de la coneja.
Enlaces:
Wikipedia
Nuevo Mundo
Biblioteca Fundamentos
Colonización de Llanquihue
Ruta de colonización Lago Llanquihue
No quiero aquí echar leña a la inacabable discusión de que si la fotografía en blanco y negro es superior a la de color. Ambas tienen sus razones de ser y sus pros y sus contras – y ciertamente hay cualquier cantidad de fotos que lucen mejor de la una u otra manera, o de ambas, pero con diferentes atmósferas y expresiones. Lo cierto es que el blanco y negro es el reino de los matices y de los contrastes y, por ello, un arte que se acerca mucho más a lo conceptual que su réplica en color. Nadie dudará del poder intemporal e irresistible que ejercen las grandes fotografías en blanco y negro en el espectador.
Lamentablemente, desde que me he vuelto digital, he dejado el blanco y negro casi por completo de lado a favor del color. Y eso que cuando empecé a tomar fotos hace unos 12 años, e instalé para ello un rudimentario laboratorio en mi baño, era hincha de la película tri-x. Y cuando hoy miro esas fotos reveladas en papel Ilford me entra una nostalgia indecible. Seguramente la fotografía en blanco y negro es de por sí el arte de la nostalgia, y también el ámbito exclusivo de la ortodoxa fotografía documentalista que en algún momento llegué a repudiar.
Ahora, re-descubriendo como jugando el blanco y negro, me doy cuenta de que sigue siendo un mundo incomparable e infinito y me entran unas ganas locas de volver a experimentar con esta simple y, a la vez, sofisticada disciplina. Aquí van los primeros resultados.
Críticas son bienvenidas.
«Las fotografías en blanco y negro plasman la magia del pensamiento teórico, puesto que transforman el discurso lineal de la teoría en superficies. Es en esto que radica su particular belleza, que es la belleza del universo conceptual. Por ello, muchos fotógrafos prefieren también la fotografía en blanco y negro antes que la de color, porque revela con más claridad el significado actual de la fotografía, es dcir, del mundo de los conceptos.»
Vilem Flusser
El cambio climático se ha convertido en el tema número 1 en nuestros días en los que reinan el caos y la incertidumbre. No habrá ser humano que no pueda dar cuenta de ello. Pero nadie lo afronta y vive tan directamente como la «gente del campo» – los agricultores. Y más aún en las zonas áridas, como es el caso de los valles que cruzan la Pampa de Nasca (a 450 Km al sur de Lima), uno de los desiertos más secos del mundo, donde prácticamente no llueve nunca y la única agua disponible viene de pozos de entre 60 y 70 y más metros de profundidad, y de los ríos y huaycos que fluyen sólo una vez al año por unos días o semanas – dependiendo de las lluvias en los Andes donde nacen. Y a veces no fluyen por un año o varios años seguidos. Entonces no hay cosechas y no hay trabajo y no hay pastos para el ganado y no hay comida para la gente, la cual se ve forzada a buscar alternativas para sobrevivir. En Nasca, las alternativas parecieran reducirse a tres tristes tigres: hacer carbón, huaquear o ir a trabajar a las minas.
Como el precio del cobre está subiendo nuevamente, las plantas mineras informales se están proliferando en las partes altas de todos los valles, contaminando con sus relaves ríos y campos. Hacer carbón y huaquear son actividades llevadas a cabo desde la antigüedad, y es de sorprender que aún sobren árboles por talar y tumbas por saquear. Para hacer carbón nada más apropiado que la ultra dura madera del huarango (ver aquí y aquí), el milagroso árbol del desierto, del cual alguna vez hubo extensísimos bosques a lo largo de la costa sur. Hoy en día solo quedan relictos aislados y expuestos a plagas y desecación. El 99 % ha sido talado para la construcción y para ganar tierra agrícola, así como para la destilación del preciado pisco y – ante todo – para hacer carbón, el cual es masivamente consumido por los absurdos y popularisísimos restaurantes de pollo a la brasa en Ica y Lima. A ojos vistas avanza la desertificación. Las sequías se repiten con frecuencia cada vez más vertiginosa, a la medida que aún la poca gente que se sustentaba de sus bosquecillos de huarangos se ve forzada de venderlos a los carboneros. Y si, después de todo, viene el agua, viene con tanta cantidad y violencia que se desborda y arrasa todo lo que encuentra en el camino.
Es sabido que las plantas, entre sus incontables beneficios, regulan el clima. Donde hay árboles, hay humedad, hay insectos, hay aves, hay vida. Los árboles producen oxígeno y protegen del sol y del viento. Los árboles fijan y nutren la tierra. Se podría decir, donde hay árboles reina el erotismo. Hay que haber caminado por el desierto bajo el sol abrasante para saber lo que es sentarse a la fresca sombra de un huarango. Esto lo saben algunos (todavía), lo saben tan íntimamente que ni el hambre ni la desesperación son excusas para la infrenable y ciega codicia que parece haberse apoderado de la mayoría de los seres humanos, entregados a la guerra por explotar los últimos recursos del planeta.
Los testimonios a continuación son una selección y un resumen de las entrevistas que hicimos durante 3 días en Nasca – en Pajonal Bajo, en Trancas y Porona, por encargo de Kew – Royal Botanic Gardens en Londres y con el apoyo generoso de Olivia Watkin. Las entrevistas estuvieron a cargo de Consuelo Borda, jefa regional del proyecto de reforestación y restauración de hábitat Darwin Ica y las fotos van por cuenta de la coneja.
Rosmery Oré Arangoitia (Trancas – Nasca)
25 años
Natural de Trancas – Nasca
Criadora de cabras
“Anteriormente había más bosque, pero la gente hizo carbón. Todo era monte. No hacía mucho frío, ahora sí y hace mucho aire. Los árboles que he sembrado protegen mi casa de esteras. Mi esposo se sombrea un ratito en los tiempos de mucho calor.
Al ganado le hace mucho daño el sancocho (relave de las minas de cobre). ¡Si no hubiera plantas, cuánta contaminación hubiera!”
Amelia Evangelina Aparicio de Alfaro (Trancas – Nasca)
51 años
Natural de Nasca
Agricultora
“Antes arrendaba más terrenos para sembrar, aparte de mi chacra. No pude pagar mi préstamo con el banco y tuve un fracaso. Caí en depresión y me fui a Lima, donde el doctor me recomendó volver al campo donde estuviera tranquila. Vine de vuelta a mi chacra, construí mi chocita, sembré más huarangos. De su fruto lo hice hervir y saqué la algarrobina y lo utilicé para comer. Los árboles me dan alegría, me siento bien y vivo feliz. Me da pena matar un árbol, es como una persona.”
Rogelio Cruz Tello (Trancas – Nasca)
53 años
Natural de Apurimac
Pastor de ganado y arrendatario de chacras
“Antes fui inquilino en la Cooperativa de Trancas. Después del terremoto me dieron un terreno en la ladera del cerro. Una ONG me regaló 20 plantas de algarrobo del norte que sembré alrededor de mi chocita, pero a falta de agua sólo 2 sobrevivieron.
Hace 10 años había mucha agua y muy buenas cosechas. Ahora el agua en los pozos está disminuyendo y cuando no hay lluvia no hay vida y no hay trabajo por aquí. Mucha gente se va a trabajar a las minas o a la huaquería. Con la minería se contaminan las plantas que sembramos, ya no crecen como antes y hay que gastar duro para sembrar. Antes había una mina, ahora hay bastantes. El aumento del viento trae la contaminación.
Los agricultores estamos olvidados, no hay quien nos protege. También los chivos se comen las plantas del río. Cuando no había chivos, todo el río estaba verde y bonito.
Yo soy independiente y así vivo. Cuando me piden ayuda, yo apoyo a los socios de la cooperativa.”
Alejandro Jirón Peralta (Porona, Nasca)
42 años
Natural de Porona
Presidente de la Comunidad y Encargado de la limpieza de tuberías de agua
“Hasta 1986 se hacía un buen mantenimiento del río. Desde que entró la parcelación empieza a haber problemas. Antes todo era huertas. Se dijo que las huertas eran para el futuro de la comunidad. Pero no llenaban la piscina para el regadío de los frutales y se secaron. El agua es escasa, el pozo trabaja de 8 a 10 horas y se seca. Antes trabajaba las 24 horas del día y no paraba. De aquí a unos 5 o 10 años ya no tendremos agua, hay que buscar otro venero y empezar a trabajar para tener agua para beber en el futuro.
Se va a sembrar una hectárea de huarangos para mejorar la oxigenación para la gente y mejorar la vida y también para hacer trabajo con abejas.”
Pablo Barrientos (Pajonal Bajo – Nasca)
68 años
Natural de Cabildo – Nasca
Mecánico, bodeguero, agricultor
“Se llamaba Pajonal porque antes todo este valle era verde y porque aquí había venas de agua y hacían los pozos donde corrían los huaycos. En el año 75 vino agua 10 días seguidos, día y noche. Con tractores hicimos bordos. Desde entonces ya no viene agua como antes. El río amanece con agua y al medio día ya está seco. A veces cada siete años. Aunque el año pasado vino mucha agua, pero ha causado muchos destrozos. Siempre he sembrado de todo, papa, tomate, algodón, pallar. Pero los parceleros vecinos vendieron sus terrenos alrededor y me dejaron solo. Ahora solo siembro cuando viene agua o me venden agua, y ayudo a mi hija en su sembrío de tunas que no consume mucha agua. Hemos comprado un pozo a la ex cooperativa para regar nuestras tunas. Además, siempre trabajé como mecánico y me ayudé con una bodega.”
En su ensayo sobre Duchamp Apariencia Desnunda, Octavio Paz describe la experiencia que ofrece el Museo de Filadelfia (que reune casi toda la obra de Duchamp) del Ensamblaje:
«El visitante cruza una puertecilla y penetra en una habitación más bien pequeña, absolutamente vacía. Ningún cuadro en las paredes blancas. No hay ventanas. En el muro del fondo, empotrada en un portal de ladrillo rematado por un arco, hay una vieja puerta de madera carcomida, remendada y cerrada por un tosco travesaño de madera claveteado por gruesos clavos. En el extremo izquierdo superior hay un ventanuco que también ha sido clausurado. La puerta opone al visitante su materialidad de puerta con una suerte de aplomo: no hay paso (….) Pero si el visitante se acerca, descubre dos agujeritos a la altura de los ojos. Si se acerca aún más y se atreve a fisgar – verá (…) un gran espacio luminoso y como hechizado. (…) Muy cerca del espectador, pero también muy lejos, en el «otro lado» – una muchacha desnuda, tendida sobre una suerte de lecho o pira de ramas y hojas, el rostro casi enteramente cubierto por la masa rubia de pelo, las piernas abiertas y ligeramente flexionadas, el pubis extrañamente limpio de vello (…) al fondo colinas boscosas, verdes y rojzas, abajo, un pequeño lago y sobre el lago una tenue neblina Un cielo inevitablemente azul. Dos o tres nubecillas inevitablemente blancas. En el extremo derecho, entre rocas una cascada. Qietud: un pedazo de tiempo detenido. (…)
El espectador se retira de la puerta con ese sentimiento, hecho de alegría y culpabilidad del que ha descubierto un secreto.»
Paz concluye que el «simple acto de mirar se convierte en un ver a-través de… nos miramos mirar… La pregunta, ¿qué es lo que vemos?, nos enfrenta con nosotros mismos».
Esta parte del ensayo se me ha quedado grabado en la memoria pues me resultó muy revelador. La urgencia de fisgar y curiosear me es inherente y se renueva cada vez que paso al lado de las paredes de triplay, mallas y cartones malamente ensamblados y erigidos alrededor de terrenos baldíos o en construcción – tan comunes hoy en día en la ciudad. Esto de erigir muros y cercar y clausurar y poner trancas y barrancas por doquier se ha convertido en una verdadera histeria colectiva, y es lo primero que se hace, a penas un terreno tiene un (nuevo) propietario. Pero aunque algunas empresas de construcción se ocupan celosamente de tapar todos los huecos y ranuras, la mayoría de estos cercados ofrecen suficientes fisuras para mirar a-través de… Por algo estamos en Lima… Y por algo no puedo resistir jamás de buscar un resquicio, por más mínimo que sea, y fisgonear – siempre con esta pequeña excitación al deslizar el lente de la cámara por la abertura, quizás a la espera de que la foto me revelara un paisaje totalmente nuevo y sorprendente… y si no una mujer desnuda, que la maleza y el monte hayan reconquistado los pedazos de tierra yerma… cosa difícil pero no imposible en esta ciudad desértica… Sólo en algo se compara con La cascada de Duchamp: lo primero que uno ve, en general, al mirar por una de estas fisuras es un gran espacio luminoso. Los terrenos baldíos o por construir son grandes espacios luminosos dentro de la ciudad cada vez más aplastante.
Estas fotos fueron tomadas en julio, durante una excursión con mis amigos surfers, ‘chequeando points’. El recorrido incluyó Vegueta, El Paraíso, Puerto Supe y Bermejo.
(Haz clic en las fotos para aumentar el tamaño)
Ahora saben, por qué no vivo en Suiza
(Tomadas en Pachacámac)
“….Pegadas entre las tapas del libro de mi existencia habitual están las fotos que articulan mi vida, muchas veces mirándome fijamente con ojos de fantasma en mis pesadillas. Llenan cuadernos de notas, bien mostrándome no haciendo nada o bien no dejando nada por hacer. Ya no me afeito y ya no fumo cigarrillos, pero tampoco los odio. La muerte es una jaula de silencio en la cual caer como en un segundo trabajo donde encuentro cosas que hacer para mantenerme ocupado. Mi vida es realmente muy simple y lo simple es el mapa de mi recorrido sagrado…”
Así empieza el ensayo “La Fotografía es un accesorio de la supervivencia” de Rhio9 a quien tuve el placer de conocer a través de JPG Magazine. No hace falta profundizar mucho en la obra, para darnos cuenta de que nos encontramos ante un fenómeno – un monstruo – en el mejor sentido de la palabra. Y el sólo intento de escribir algo que cercanamente represente la vastedad que abarca este gran outsider de la fotografía, tiene que fracasar. Pero cuanto más miro y remiro sus fotos y leo fragmentos de sus incontables ensayos, tanto más crece mi admiración, y con ella, las ganas de compartirlo…
Rhio9 es, sin duda, el heredero de lo mejor que ha producido la contracultura americana, en la que todas las expresiones de la calle se convirtieron en una poética del desafío y un hacha para despedazar lo convencional. Rhio9 es hijo legítimo de Charles Bukowsky y nieto de Kerouac, Ginsberg y Burroughs y toda la pandilla de locos con sus músicos incluidos. Pero con esto no he dicho nada todavía. En verdad, Rhio9 no traza límites entre la fotografía y la música y la poesía y la política y la adicción y el dolor y el gozo y la comida y la vida cotidiana con todos sus pequeños éxitos y fracasos.
En el perfil de su blog se lee
Sexo: hombre
Horóscopo: Aries
Datos personales: Músico. Fotógrafo. Escritor. Humorista Oculto. Poeta Zen. Trotamundo. Granjero (tipo) Old MacDonald, Baterista, Pianista, Compositor, Instructor de Música, Monje Zen Transformacional&Experimental.
Así, todos con mayúscula y separados por un punto, como acentuando el hecho de que él encarna completamente a cada uno de ellos…
Luego vienen largas listas de sus intereses, y libros, películas y música favorita, donde aparecen también los nombres de Alan Watts, Aldous Huxley y D.T. Suzuki, cuya influencia es, más que notoria, liberadora.
Si tuviera que resumir, diría que Rhio9 es, ante todo, un poeta: un poeta del infierno americano y explorador de los abismos del alma. Difícil estimar su edad, pero calculo que tiene entre 50 y 60 años. Y en estos años ha probado, experimentado, ingerido y vivido TODO lo que estaba a su alcance. Y como todos los que han pasado por el infierno, está curtido y macerado por el dolor y las miserias humanas, y es invulnerable donde la mayoría desfallecería o armaría un enorme escándalo. Y si hay alguien que sabe de infiernos, ese es Rhio9. Al igual que miles de miles de personas que no se comportan según la norma, fue lanzado a la jauría de los psiquiatras y sometido al tratamiento con neurolépticos y forzado al círculo infernal de los ‘discapacitados mentales’… No quiero ahora explayarme sobre este tema que daría para libros enteros, tan solo decir que muy pocos logran salir de las mazmorras psiquiátricas, y menos aun solos y por voluntad propia, ya que con esas prácticas criminales se acaba por deshumanizar completamente a los pacientes. Pero Rhio9 es uno de ellos. Con él no han podido. No hay arma que haya podido someter o acallar a este volcán, este aullido cósmico, esta tremenda energía creadora unida a la honestidad devastadora que suelen tener los que no tienen ya nada que perder. En este viaje de pesadilla, pero viaje liberador al fin, la fotografía forma parte sustancial de su resistencia y supervivencia. No hay diferencia entre la vida y la fotografía. Vivir es fotografiar y fotografiar es vivir.
En “La fotografía es un accesorio…” (que escribió motivado por uno de los insulsos temas propuestos por JPG Magazine, titulado “My precious”, con el que llaman a la comunidad a participar con una historia sobre sus cámaras favoritas) dice:
“La supervivencia no trata de aguantar o acomodarse con ser una contradicción aburrida, esterilizada y cuarentenizada, sin apoyo existencial, viviendo a punta de antibióticos y narcóticos…”
Y en un pie de página a al mismo ensayo añade:
“…. Cada foto que tomamos, cada vez que apretamos el obturador, sale de un impulso de supervivencia. Del deseo de no estar separados. De ser íntimos… y Uno con todo…”
Rhio9 toma fotos con cada abrir y cerrar de ojos, compulsiva y obsesivamente, con cualquier cámara y de cualquier formato. Su obra, por consiguiente, es descomunal. Muchas veces junta sus fotos en ensayos o historias (91 historias sólo en JPG Magazine) con títulos tan provocadores como: CLONAZEPAM/KLONEPIM: Kicking the Underground, Beauty & the Bukowsky, Exhibit, Sadness, Streetcorners, Café, The Origin of Number 9, The missing answers, Narcissism, Escape from San Francsico Hospital, Confessions of a Camera Phone, Essay on photography scrawled on a bathroom wall, etc., y que dan de por si una idea de los vastos campos que recorre este hombre.
Las fotos de Rhio9 son mucho más que fotos. A menudo no le basta una simple foto y experimenta con diferentes técnicas y materiales que tiene a la mano, rompiendo los marcos y desplegándose y desparramándose en todo sentido. Sea lo que fuere que fotografiara – un lado de su rostro, el piso, una cama de hospital, una oscura calleja, un perro o el tobillo de una mujer – sus imágenes siempre trascienden lo fotografiado y apuntan a lo que no se puede ver y a lo que no se puede decir, aparentemente burlándose de por medio de las reglas de la fotografía y de lo políticamemente correcto – cosa que debe encrispar a muchos. No vamos a encontrar en él ninguna venia a la convención. Antes bien se desnuda y exhibe ante nosotros sin tapujos y sin pornografía, y sumerge los negativos de las miserias del hombre en la bandeja del revelador y nos las muestra en los infinitos matices de sus blancos y negros. Y aun cuando su lente se vuelve melancólico hacia el paisaje de su campiña natal, sigue apuntando, en verdad, a los paisajes del alma, y hay algo oscuro y una infinita tristeza en esas fotografías, aun cuando son de color. Y es esa infinita tristeza que lo impregna todo – a veces calma y profunda como un océano, o aguda y cortante como un dolor insoportable – que les da esa dimension de la que 99.9% de las fotos que circulan por internet carecen. Rhio9 no fotografía un paisaje, él es el paisaje – y la cámara y el ojo y el hombre. Entre lo que mira, mirar y lo mirado no hay diferencia.
Demás está decir, que hacer una selección representativa de la obra fotográfica de Rhio9 no es tarea fácil, por no decir imposible. Las fotos que aparecen aquí las he elegido entre las más recientes y guiada por su formato Holga, el tipo de cámara que, en mi opinión, le sienta como un guante.
Quiero terminar este post, sin pretenciones de haber dicho nada nuevo o importante, con el ultimo párrafo de su ensayo “La fotografía es un accesorio…”
“…Lo que empezó como una broma sobre el saber algo sobre fotografía, se convirtió para mí en una verdad que ya no puedo eludir. Me mira fjamente a la cara todos los días. Cada vez que tomo una foto lo veo: Si sabes la diferencia entre un bus stop y un f/stop, ya sabes demasiado.»
Links:
JPG Magazine
Rhio photo blogger
My train of thought has no caboose
Bad food but plenty of it
Flickr
Las lomas son ecosistemas particulares de la costa desértica del Perú y del norte de Chile. Durante la mayor parte del año su apariencia no difiere del resto del paisaje árido. Nada parece revelar el hecho de que en esas zonas se acumule bajo tierra una vegetación en ‘estado durmiente’. Pero en los meses de junio a octubre la neblina que emerge del Pacífico se acumula en lo alto de la vertiente occidental de la sierra costera y se deshace en forma de garúa que remoja el suelo mansamente. Entonces, de la noche a la mañana prácticamente, las rocas se cubren con líquenes y musgos, crecen tréboles y helechos y todo tipo de hierbas y flores y sobre el suelo siempre húmedo se forma un tapiz de algas y aparecen hongos y caracoles y – como la coronación de la creación – emergen los tallos y las delgadas y elegantes hojas, lisas y brillantes, de los amancaes que no tardan en florecer e iluminar con sus grandes y delicadas flores amarillas las laderas y quebradas.
Demás está decir, que las lomas, como cualquier ecosistema del desierto, son sumamente frágiles y están amenazadas o han desaparecido ya en vastas zonas, debido mayormente al sobrepastoreo, crecimiento urbano y cambio climático. Las fotos de esta serie fueron tomadas en las Lomas de San Fernando, Pachacámac, que, a comparación de las Lomas de El Lúcumo, no están protegidas. Las atraviesa una carretera hacia una cantera construida por la fábrica de Cementos Lima, muy apreciada también por los fanáticos del motociclismo y las 4×4.
Por suerte, el tráfico se reduce a los fines de semana y raras veces se sale de la carretera.
Durante dos de las tres excursiones que hice a las lomas, me encontré absolutamente sola en este paisaje hecho de neblina y envuelto en neblina, una neblina que se va haciendo cada vez más densa y oscura, hasta que, en la cima, haya absorbido por completo el paisaje y a penas se pueda distinguir el camino. La neblina te quita la vista, pero abre un espacio auditivo fenomenal, como si los sonidos más lejanos fueran repercutidos por los millones de millones de minúsculas gotitas de agua acumulada. Podía escuchar el motor de un mototaxi, el grito de un gallo, un música de radio y hasta voces de niños en la lejanía – tan lejos – que hubieran sido imposibles de divisar con el ojo aún en un día de sol esplendoroso.
Y como motivados a no hacernos olvidar de que estamos en el Perú, país maravillosa y espeluznantemente absurdo, crecen también en este paisaje los carteles y pintas en rocas y muros, avisándole al mundo de que esta tierra es propiedad privada y quien ose de pisarla es hombre muerto.
De vuelta a la capital peruana y a un cambio radical de clima y paisaje. Se acabaron los días en que la coneja saltaba despreocupada (y de paso se llenaba la panza) en las verdes praderas a través de la Confederación Helvética. Ahora trota nuevamente un tanto enmohecida y en actitud de permanente vigilancia por el sucio asfalto de la sucia ciudad junto al mar. Y del mar viene la neblina que cubre la urbe con su manto gris. Tan gris tan gris. Gris es todo. Gris mi alma y el de mis congéneres. Aunque nadie repare en ello. La grisura es como tu piel y es normal que quieras enrollarte como un gato en el sofá, presa de la melancolía. Esa que dice que todo da igual y que no hay nada que se pueda hacer…
«Doesn’t a life leave traces, traces that can attach themselves to others who pass through the aura of that life? Doesn’t a place absorb the events it witnesses …?» Dionne Brand, What We All Long For
«¿Acaso la vida no deja huellas, huellas que se pueden adherir a otros que pasan a través del aura de esa vida? ¿Acaso un lugar no absorbe los eventos de los que es testigo?» Dionne Brand, Lo que todos ansiamos
(La primera parte de esta fenomenología fue publicada hace dos años en un blog pasado en una vida pasada.)
Hablando del cielo y de las nubes, acabo de leer la primera entrada del interesantísimo libro Bilder der Photographie – Ein Album photographischer Metaphern («Imágenes de la Fotografía – Un álbum de metáforas fotográficas») de Bernd Stiegler sobre la serie de nubes de Alfred Stieglitz.
Cuenta la historia que a raíz de un comentario que hiciera Waldo Frank, según quien la fuerza de la fotografía de Sieglitz residía en el poder de los individuos que fotografiaba, Stieglitz se indignó y decidió inmediatamente dar un giro de 360 grados a su quehacer fotográfico. Dedicó los últimos años de su vida a tomar con gran intensidad fotos de nubes, las cuales se podían girar y mirar desde cualquier ángulo. Llamó la serie Equivalents y la definió como un enfático intento de averiguar «lo que 40 años dedicados a la fotografía me han enseñado. Escribir por medio de las nubes la filosofía de mi vida – mostrar que que mi fotografía no puede reducirse al contenido y sus temas – los árboles, los rostros, los interiores, ni a habilidades específicas – las nubes están ahí para todos – hasta ahora no están sujetas a impuestos – son libres».
La jugada genial de Stieglitz consistió en convertir las nubes en signos artificiales, en traducirlas al lenguaje cultural de la fotografía. Estas imágenes no representan o retratan algo, sino que evocan una experiencia estética, la cual debe, a su vez, establecer primero un orden en forma de un equivalente. Es decir, estas imágenes inducen al espectador a no basarse solamente en el efecto evocado por los objetos fotografiados, sino en su propia experiencia, sus sentimientos y aun en el inconsciente.
La teoría del equivalente de Stieglitz llegó a ser determinante en la fotografía norteamricana de la posguerra. Especialmente Minor White, el editor de la revista Aperture , así como Harry Callahan y Aaron Siskind se acogieron explícitamente a esta teoría y le dieron una interpretación subjetiva.
Los holandeses viven entre el cielo y la tierra. Desde luego, esto vale para todos los humanos. Pero en Holanda el cielo es omnipresente, nada se le interpone u obstaculiza (mi cuñado me dice que el cerro más alto es de 300 m). Y no tardan en venir a la mente los cuadros de los paisajistas holandeses del siglo XVI y XVII, especialmente los de Jakob van Ruysdael (ver aquí y aquí y aquí) que consisten de una franja de tierra o agua y el resto es puro cielo. Un cielo mayormente espectacular, por el que navegan dramáticas nubes y nubarrones que a veces se agolpan, formando un solo y negro techo que pesa amenazante sobre la tierra. Las lluvias son absolutamente impredecibles. Pasa un nube y te llueve encima, sale el sol, pasa otra nube… Dónde se puede experimentar todo esto mejor que en Marken…
Cuando uno dice Amsterdam vienen inmediatamente a la mente 5 cosas: canales, bicicletas, hash, marihuana y putas. Una persona más culta pensará primero en Van Gogh o Rembrandt o Anne Frank. Los más sentimentales imaginan molinos, tulipanes y zuecos de madera. O sea, Amsterdam consiste del barrio rojo, de canal-cruises , museos, coffee shops y mercados de flores. He atravesado ese Amsterdam a grandes saltos, cruzando grandes plazas, casi todas en eterna remodelación, por encima de incontables puentecitos arqueados y a lo largo de los canales de agua estancada en verde sombra, y por angostas callejas atiborradas de excursionistas del sexo y de la droga, ladeando edificios imponentes como castillos, por medio de un parque, hasta llegar a los barrios de inmigrantes y los suburbios que se confunden con los no-lugares de esta ciudad de 750,000 habitantes.
No entré en ningún museo ni coffe shop y obvié, en lo posible, el barrio rojo – los he visto ya en otra oportunidad… Aunque esto no es del todo cierto, unos días antes habíamos ido a mi expreso pedido al Museo de Fotografía – FOAM – y vimos la sobresaliente exposición: Avenue Patrice Lumumba, del fotógrafo surafricano Guy Tillim: fotos que han dejado en mi su marca e impresión.
Pero ese último día apenas me detuve. Anduve y desanduve la ciudad durante aproximadamente 7 horas, hasta que me dolieron los pies y caí rendida en el taburete de un kiosko y tragué, para la incredulidad de la vendedora, dos sandwiches triples rellenos de krab vlees a la vez y los enjuagué con medio litro de apple sap.
De las 500 y pico fotos que disparé en estado de franca alucinación me quedé con 145, de las que he escogido 30. 30 fotos que – haciéndome en lo posible la vista gorda ante lo típico-típico (salvo ante las bicicletas, que son como las vacas en Suiza y los perros en Perú, es decir, se meten en tus fotos) – condensan, a mi parecer, cual set de postales la experiencia Amsterdam. Amsterdam vista a través del lente de la coneja.
(Has clic en las fotos para ampliarlas a tamaño pantalla)
Nota: Aunque para uno que viene de una mega ciudad caótica latinoamericana sea difícil creerlo, Amsterdam también tiene su buen porcentaje de irracionalidad. En el 2002 se empezó la construcción de la línea del Metro Norte/Sur que debía ser completada en el 2012. Debido a varios retrasos y disputas con la compañía constructora de la línea, esta fecha ha sido postpuesta al 2017. Y el proyecto que inicialmente estaba presupuestado en € 1.46 mil millones, ahora está estimado en un costo de € 3.1 mil millones, lo cual lo convierte en la línea de metro más cara del mundo. Además, el programa ha sufrido ya muchas dficultades y controversias, incluyendo hundimientos de suelo que han resultado en 40% por encima del presupuesto original y en un plazo de entrega que se va alejando cada vez más… Total, la construcción de esta línea del Metro de Amsterdam parece de nunca acabar…
Que Suiza tiene su lado muy exótico ya lo mostraron el fotógrafo Andri Pol y el etnólogo David Signer con su magnífico libro Grüezi – seltsames aus dem Heidiland . Lo he podido comprobar en mis recorridos. Pero donde quedó más claro que el agua de un riachuelo alpino fue en el tour ultra turístico que hicimos los cuatro hermanos al Jungfraujoch. Embutidos juntos a 4996 chinos, japoneses e indúes (que son ya prácticamente los únicos que pueden permitirse vacacionar en Suiza) nos trepamos a la Jungfraubahn, el trencito que lleva a la cima desde la Kleine Scheidegg y que corre por dentro de la impresionante Eiger Nordwand y es de por sí una de las maravillas ingenieriles del mundo. En su recorrido se detiene un par de veces para que los turistas puedan tomar fotos del alba panorama que se muestra a través de enormes huecos en la pared rocosa (que eran los huecos por donde echaba el desmonte durante la construcción de la línea férrea).
Al llegar a la estación, los turistas son canalizados a través de un laberinto de túneles cavados dentro del glaciar de Aletsch y que se llama Palacio de Hielo, antes de entubarnos en un ascensor que los llevará a velocidad luz a la cima, the Top of Europe, a 3545m de altura, donde, al abandonar el ascensor ultrasónico son primeramente cegados por una luz brillantísima que irradian las nieves y hielos (ya no eternos) de las tres cumbres alpinas Eiger, Mönch y Jungfrau, y el vastísimo glaciar de Aletsch que se pierde en la lejanía. Una aire helado y cortante golpea los rostros de la muchedumbre un tanto groggy y desquiciada que se amontona en el mirador. Las cámaras digitales hacen clic como enloquecidas. Un puñado de manganzones ingleses tira bolas de nieve contra las grajillas que a estas alturas despliegan sus proezas aéreas. Decenas de parejas recién casadas posan en todoas las formas imaginables para las fotos… Todo un circo sobre hielo.
Luego nuevamente las galerías y los restaurantes y las tiendas de souvenirs y ascensores y túneles…
De bajada decidimos irnos un trecho a pie. Ni bien bajamos del trencito nos encontramos en un silencio total. Estábamos solos en este tremendo, magnífico paisaje alpino, mirando la legendaria Eiger Nordwand desde el mismo punto desde el que en el verano de 1936 una muchedumbre de mirones, periodistas y fanáticos habían seguido la ascensión de Toni Kurz y Andreas Hinterstoisser que terminaría en una auténtica pesadilla. La temible pared estaba justo siendo envuelta en neblina, igual que en la escena esa hacia el final de la película que habíamos visto la noche anterior.
El pueblo en el que viven mis padres es un pueblo como los hay tantísimos en Suiza, con su plaza y fuente, su iglesia y cementerio, su boutique y su drogería y su panadería y su Migros y Coop y oficina de correo y estación de tren y sus ex almacenes y sus ex establos y ex casas de granja y alguna que otra fábrica o pequeña industria, sus Gasthöfe, es decir, restaurantes que preferentemente lucen nombres como Ochsen o Löwen o Bären o Hirschen, o sea preferentemente nombres de animales típicos de Suiza, como el león, por ejemplo, jajaja. A lo que iba es que el pueblo en el que viven mis padres es aún reconocible como pueblo. Conserva un sólido centro histórico y tradicional, donde transitan muy pocos carros y menos gente aún por las callejas empedradas en las que resuenan las pisadas y que se abren camino entre las casas antiguas, de gruesos muros y enormes techos con tejas y fachadas decoradas – a menudo con inscripciones medievales – y también un pequeño río que atraviesa los huertos y jardines que en esta época -junio- propiamente rebosan, como queriendo salirse de sí mismos despidiendo la fragancia de mil flores que va adherida a la estridencia de los insectos, etc.
Por otra parte el pueblo se está paulatinamente ensanchando desde el fondo del valle hacia las afueras. Por las faldas de las colinas oh tan verdes y coronadas de bien cuidados bosques van trepando las casitas mediocres de los nuevos pueblerinos, venidos en su mayoría, me imagino, de la ciudad. Las casitas lucen todo el mismo look. Sus jardines parecen salidos de una revista tipo HOME&LAWN, y cuentan con todos los detalles que sus habitantes creen que los distinguen de los demás. (Y sí, los suizos también tienen su huachafería, para mi enorme placer). Y más allá, y sobre todo, el pueblo crece y se prolonga a los lados de las dos carreteras que lo atraviesan y unen con la ciudad y por ende con el último rincón de la Confederación Helvética. Por lo pronto, van desapareciendo los campos de cultivo que permanecen entre uno y otro pueblo y apareciendo tiendas de autos, grifos, edificios de oficinas y cosas así. Poco a poco, los pueblos se van fusionando en una sola zona urbanizada.
Zürich ha dejado de ser la ciudad provinciana y cucufata que fue cuando viví aquí entre 1979 y 1989 (con largos intermedios nomádicos de por medio, pues nunca he podido vivir en Suiza más de tres años seguidos sin querer suicidarme). En aquel entonces la ciudad – centro bancario y plaza mercantil de drogas – estaba atrapada en un círculo vicioso de éxodo urbano, disturbios juveniles y una falta total de perspectiva política. Hoy, 20 años después, es una de las metrópolis más atractivas e innovadoras de Europa, aunque esto no basta para que quisiera volver a residir aquí, más que nada por el enorme costo de vida que requiere que uno se mate trabajando, al menos desde mi punto de vista de falsa suiza adoradora del ocio.
Sea como fuere, Zürich – y Suiza en general – me parece ahora, recién llegada de la indecible e inconmensurable Lima, muy exótico y nada me hace más feliz que recorrer, cámara en ristre, las calles de esta ciudad, y de pueblos, campos, cerros, ríos y lagos. Esta es la primera entrega de una serie que espero proseguir, sino durante mi estadía en la Conferderación Helvética, a mi regreso a Lima, ya plenamente recuperada del choque cultural que aún me tiene aturdida.
No sé si habrán notado esta extraordinaria luz que hay últimamente en Lima (donde estamos acostumbrados, como es sabido, a una luz blanquecina y brumosa)… Me viene llamando la atención desde hace varias semanas, atrayendo irremediablemente mi ojo de fotógrafa… Es una luz mucho más amarilla, más intensa, y hay una sorprendente visibilidad. Con esta luz me basta el entorno inmediato. Ahora sí que cualquier cosa se vuelve fotografiable. Los rincones y objetos menos atractivos se convierten de repente en apariencias luminosas, en conjuntos de artes y delicias visuales completamente gratuitas, y sin haber gastado una gota de sudor, pintados por la luz y el seductor juego de sol y sombra.
La explicación o mejor dicho, interrogante científica detrás de este fenómeno no es precisamente alentadora. Hace un par de días un amigo inglés me envió el link a un artículo que apareció en The Independent que da cuenta de la perplejidad de los científicos ante la ausencia completa de manchas negras en el sol. Esas manchas son indicadores de que el sol está en actividad. Siempre ha habido cíclicamente una disminución de actividad y, por lo tanto, de manchas en el sol. Pero ahora han desaparecido totalmente. Es decir, el sol permanece en estado durmiente y nadie puede saber si volverá a despertar.
Se cree que dentro de unos cuantos billones de años el sol habrá agotado sus recursos de hidrógeno y se habrá encogido tanto que habrá perdido su fuerza de atracción con los planetas, cuyas órbitas se harán cada vez más espaciosas. Para entonces, la Tierra será un pedazo de roca congelada suspendida en la Nada. Y esto sería sólo el comienzo del eterno retorno de las cosas.
Por suerte, todo esto es sólo un cuento. Por el momento hay esta extraordinaria, luz… bellísima luz… Y, como decía Platón, lo que es bello, es bueno y es justo…
Kurt Nimmo es uno de esos fotógrafos inclasificables que un buen día apareció en JPG Magazine, subiendo sus fotos de un lugar perdido en New Mexico, llamado Las Cruces, donde vive con su mujer y tres gatos.
Entre el grupete de fotógrafos que se ha ido cristalizando de la gran masa afiliada a esta ya legendaria revista on-line, (en el que se encuentran hombres y mujeres unidos por una irremediable pasión por la fotografía ‘off road’, por decirlo de alguna manera) no tardamos en reconocerlo como ‘uno de los nuestros’. Y pronto, Kurt, con su carácter de duro por fuera y blando por dentro, elegantemente insolente, sin preocuparse jamás por el qué-dirán, pero siempre atento, se hizo muy querido y admirado por nosotros. Y sus fotos, siempre con un toque de ‘salvaje oeste’, no dejan de llamar la atención y sorprender. De hecho, Kurt se merece un homenaje aparte.
Por ahora, me concentraré en MODISMO, el libro que acaba de salir a la venta, diseñado y editado por él en blurb, para el cual ha escogido a 12 fotógrafos, entre ellos a Llorenç y a mí. El libro está hecho con sumo cuidado y cada foto tiene su sitio y luce tanto por sí sola, como en conjunto.
Dice Kurt:
‘Modismo’ significa un hábito lingüístico, también significa ‘una persona ruda’… No sé si esto encaja, pero me llamó la atención como algo interesante. En portugués es idiomático – una manera de hablar que hiere las reglas de la gramática, pero acepta el lenguaje.
Creo que nuestra fotografía «hiere» las reglas de la fotografía correcta (o de la establecida y aceptada), pues tomamos fotos raras, extrañas, o lo que algunos consideran raras. A mí me han dicho que mis fotos son ‘malas’ porque no son normales.
En cuanto a lo que me inspiró hacer el libro… De niño amaba los libros de fotografía e iba frecuentemente a la biblioteca para sacarlos prestados. La llegada de internet fue maravillosa ya que cualquiera de nosotros puede postear* sus fotos y no cuesta más que lo que cuesta la conexión a la red. Pero falta algo… Me gusta mirar fotos impresas en papel en contraste a verlas en una pantalla restringida. No puedo llevarme a la computadora afuera y sentarme debajo de mi rosal favorito en la sombra de la tarde. Tal vez sea un hábito… Creo que la fotografías deben verse en papel… Y es por eso que me vino la idea del libro. Ojalá pudiera imprimir y publicar todas las fotografía que amo en JPG Magazine y en flickr… ¡pero eso costaría miles y miles de dólares!
* la palabra postear, por ejemplo, es un modismo
El impecable libro está a la venta aquí, donde se puede hojear las primeras 15 páginas.
Kurt también tiene un blog llamado ANOTHER ORDINARY PHOTO, en el que va subiendo las fotos que le gustan de otros y donde se encuentran una joya tras otra. Una prueba más de su desinteresada pasión por la fotografía sin más.
Las fotos de Nimmo en. JPG Magazine y en flickr
Los fotógrafos que integran esta antología son los siguientes
Tengo un amigo. Se llama Fercho. Mi amigo es parlanchín y flaco como un fakir y su gato es enorme y gordo y mudo, es decir, mudo en comparación con mi amigo. El gato se llama Fresh, porque es así, un gato muy fresco. Cualquiera que haya tenido o tiene gatos sabe que, en verdad, no es que uno tenga gatos, sino que los gatos lo tienen a uno. Su silenciosa pero potente presencia nos hace recordar que ellos son los verdaderos dueños y amos de la casa.
Según un estudio publicado hace dos años en la revista Science, los gatos no fueron domesticados por el hombre -como sí lo fueron las ovejas, los caballos y los perros. Pero los gatos se domesticaron a sí mismos, por su propia cuenta e interés. Y han permanecido leales a su consigna a lo largo de los 10,000 años, desde que se acercaron por primera vez al hombre en algún paraje de Medio Oriente, atraídos por los roedores que pululaban en los graneros de los agricultores. Y encontraron que los pericotes eran una excelente comida y poco a poco bajaron del monte para merodear en las inmediaciones de los asentamientos humanos… (sigue leyendo la emocionante historia de los gatos aquí).
A mi amigo le encanta leer en voz alta, modulando cada palabra con deleite, acariciando de vez en cuando ensimismado al gato que entre tanto se regodea y restriega y relame y revuelca en todas sus posturas gatunas, reclamando la atención que se merece como el animal sagrado que es. Si Fresh pudiera hablar, ¿qué nos contaría? De sus ojos bárbaramente azules emana la infinita sabiduría del ser que no necesita palabras para expresarse. Como decía Hippolyte Taine: “He estudiado a muchos filósofos y a muchos gatos. La sabiduría de los gatos es infinitamente superior.”
Por si alguien todavía lo duda a estas alturas, mi amigo Fercho es lector. No conozco a un lector más lector que mi amigo Fercho. En el tiempo en que yo leo un libro, él lee diez o quince o veinte. Lee libros al ritmo de su respiración. Se alimenta de libros, vive rodeado de libros, duerme a la sombra de libros y no habla casi de ninguna otra cosa que de libros.
Hace ya varios años escribí un texto llamado El Biblófago inspirada en mi amigo Fercho.
Léelo haciendo clic aquí