He tenido la tremenda suerte, no solamente de conocer a Alexis Gerard, amigo cibernético de largos años con el que he compartido tantas fotos y experiencias online, sino de recorrer con él el mismo trayecto que recorrí a comienzos del 2011, cuando tomaba fotos para la exposición colectiva SOUVENIRS – curada por nuestro entrañable amigo mutuo, Llorenç Rosanes – en la que participamos los dos.
A manera de colofón, copio aquí parte de lo que le escribí a Llorenç acerca de esta excursión fuera del espacio y del tiempo:
Estamos en invierno, el cielo permanentemente encapotado con un capa de neblina gris uniforme, la típica luz lechosa a la que estamos tan acostumbrados los limeños. Alexis dijo que lo raro de esa luz era que parecía estar repartida por igual en todas partes, como si la capa de neblina estuviera toda iluminada por dentro – en contraste a los demás lugares del mundo, donde la luz viene claramente de un foco (el sol) que va desplazándose a lo largo del día. Muy interesante su observación, como todas sus observaciones. Qué comedido es, ni un atisbo de histeria o ansiedad. Con todo lo que ha vivido, es un hombre absolutamente maduro que no se anda con cojudeces. A su lado yo parecía una coneja extática y parlanchina, siempre inquieta y andando en zig-zág, como táctica disuasiva, ja ja ja… Bueno, nos dejamos llevar por un taxista por la autopista del sur y ya parando en una gasolinera a la salida de Limas encontramos nuestro primer pequeño paraíso de fotógrafos raros. Finalmente nos dejamos desembarcar más o menos a la altura del kilómetro 47 en el medio de los arenales y caminamos hacia el mar. Cruzando la antigua Panamericana, donde empiezan estas ciudadelas y delirios urbanísticos entre el desierto y el mar, todo siempre a medio abandonar o a medio acabar, uno nunca lo sabe, hasta Sta. Rosa. Y de allí a lo largo de aquel inmenso playón, donde está prohibido bañarse porque el mar es muy, muy bravo y traicionero, hasta Punta Negra. Aquí fuimos al Club Nauta que estaba casi vacío y nos sentamos al costado de una piscina que lucía un espejo de agua irrisoriamente azul y que hizo palpitar el corazoncito del Maestro Alexis, y nos tomamos unas chelas y comimos pulpo a la chorrillana y luego seguimos, siempre hacia el norte y a lo largo de la orilla hacia Punta Rocas. Pero antes fui sorprendida por una ola que me dejó totalmente chorreando y solo con las justas salvé mi cámara al alzarla por encima. Y así, mojada y todo seguimos camino, yo tomando fotos como una loca y Alexis puro ojos, quedándose parado y maravillado a cada instante. Por cada foto que él tomaba, yo tomaba 20 o 30, ja ja ja. En Punta Hermosa almorzamos junto al mar movido donde nunca faltan los surfers y nos deleitamos con cebiches y mariscos y chupes y wantanes rellenos de pulpa de cangrejo y más chelas y mucha canchita. Para cerrar el día con broche de oro, lo llevé a un café de esos alternativos donde hacen pasteles como las abuelas, y nos tomamos un café y comimos nuestros pasteles al borde de una nueva urbanización que estaba recién un poco más que trazada en las arenas del desierto, aunque grandes letreros ya anunciaban a los futuros edificios de ensueño, con nombres irrisorios como ‘Blue Paradise’. Fue maravilloso poder compartir estos placeres de caminar y pasear nuestros ojos de fotógrafos por estos sitios tan raros y como fuera del tiempo. Y así sentimos ambos aquella excursión, como un paréntesis (de luz lechosa) en la historia…